Por Daniel Lara Sánchez
“When I think back on all the crap I’ve learn in
highschool,
It’s a wonder I can think at all
And though my lack of education hasn’t hurt me none:
I can read the writting on the wall”
Paul Simon, “Kodachrome”, 1973
En el presente
ensayo, intentaremos demostrar que dos de las actividades fundamentales de
cualquier grupo humano se encuentran en crisis dentro de la sociedad
occidental, y particularmente, en México: la educación y la comunicación
masiva. Además, trataremos de dejar en claro que ambas actividades son
indisolubles y que, en conjunto, pueden ser parte de un posible futuro mejor
para esta sociedad si forman parte de la Educación Ambiental.
Un breve repaso sobre lo dicho antes
En un ensayo
anterior[1], disertábamos
sobre la relación entre los modelos de desarrollo, los medios de comunicación y
el medio ambiente. Decíamos ahí que la comunicación, y en especial la
comunicación masiva, forma parte del medio ambiente humano como actividad
cultural generadora y transmisora de sentidos y significados. También
comentábamos que, dentro del modelo neoliberal, los medios de comunicación masiva
han jugado un rol reproductor del sistema y, por lo tanto, son expresión de
relaciones de poder en las que sus dueños, ligados a otros empresarios y a las
autoridades políticas, se han olvidado de usar los medios como formas de
transmisión de contenidos que inviten a las audiencias a reflexionar sobre la
necesidad del cuidado y respeto por el medio ambiente.
En estas líneas, tomaremos como
base lo anotado en ese escrito para complementarlo con una reflexión acerca del
papel que la educación juega en la relación sociedad y ambiente dentro del
modelo neoliberal, en el que se ha originado la crisis ambiental global que
vivimos en plena posmodernidad.
Para ir entendiéndonos…
La educación,
como un subsistema de la relación sociedad/medio ambiente, al igual que todo el
modelo de desarrollo neoliberal, está en crisis. Esta afirmación no es nueva y
es muy fácil comprobarla. Centrémonos en el caso mexicano por ser el que
tenemos más a la mano: no sólo los indicadores oficiales (bastante
cuestionables, por cierto, como la prueba ENLACE y demás pseudo invenciones de
nuestras autoridades educativas) nos muestran el estado de deterioro en el que
se encuentra la educación en nuestro país en todos sus niveles (desde
preescolar hasta posgrado)[2],
sino que, quienes nos dedicamos a la docencia, nos damos cuenta de ello cada
día, en cada escuela, en cada clase: alumnos desmotivados, desorientados, sin
los conocimientos mínimos necesarios para desenvolverse ya no sólo en el ámbito
escolar, sino en general en su vida cotidiana, quienes muchas veces acuden a la
escuela más por costumbre y socialización que por querer aprender algo.
Maestros que ven a la docencia no como un compromiso personal y social, sino
como la forma más a la mano para ganarse la vida… como un trabajo más que
cualquiera podría hacer, o como un refugio para el desempleo. Autoridades
educativas que no entienden a la educación como un proceso creativo sino como
una actividad mecánica y administrativa. Secretarios de educación y
sindicalistas que tienen en la educación el peldaño para subir puestos
políticos[3].
La educación, ciertamente, no
sólo se encuentra en la escuela. Como es bien sabido, la educación comienza en el
hogar y continúa en todas las áreas de convivencia del individuo: la calle, el
grupo de amigos, la iglesia, el barrio, las relaciones sentimentales… sin
embargo, en el presente texto, nos referiremos especialmente a la educación
formal, es decir, a aquella que se encuentra determinada por un currículum
educativo, en otras palabras, la que se imparte en las escuelas, entendidas
éstas como instituciones establecidas y reconocidas oficialmente por las
autoridades educativas y que cuentan con ciertas reglas y recursos para su
funcionamiento, además de otorgar, a quienes acuden a ellas como alumnos o
educandos, certificados con validez oficial que reconocen sus estudios.
En ese sentido, nos ceñiremos a
una concepción de educación que, dada la orientación del presente escrito, nos
parece más adecuada para comprender teórica y prácticamente al proceso
educativo que se lleva a cabo dentro de las escuelas y que proviene de la
pedagogía crítica, específicamente del pedagogo brasileño Paulo Freire: “La
educación es comunicación, es diálogo, en la medida en que no es una
transferencia de saber, sino un encuentro de sujetos interlocutores que,
juntos, buscan la significación de los significados”[4].
Para la pedagogía crítica, en el proceso educativo, no sólo el educador es
quien educa, sino que los educandos también le enseñan y educan a él (o ella),
estableciéndose así un proceso dialéctico y un proceso de comunicación
bidireccional.
Si entendemos a la comunicación
como ese proceso de poner en común algo
(información, sentimientos, ideas, opiniones, contenidos educativos, etcétera)
con otros (de acuerdo con las raíces etimológicas de la palabra), nos daremos
cuenta que la definición freiriana es la que mejor explica las relaciones entre
educación y comunicación, materia esencial de este ensayo. Además, es un
concepto que resalta por su humanismo, su búsqueda de entendimiento en el
proceso educativo, su idea de la educación como un intento de poner en común:
de comunión.
Una vez que hemos establecido
que nuestra disertación estará orientada por la visión de la pedagogía crítica,
es pertinente revisar, brevemente, las maneras en que la educación, como
concepto y práctica, ha sido entendida desde hace varios años y desde dos diferentes
posturas básicas.
Del rincón de los burros a la visión alternativa
Muchos de
nosotros seguramente recordamos que hace apenas unos 30 años, cuando cursábamos
la escuela primaria o secundaria (depende de la edad de cada uno), varios de
nuestros maestros aplicaban a pie juntillas aquella frase de “la letra con
sangre entra”. Los niños de entonces (o al menos los menos estudiosos o peor portados)
sufrían castigos casi inquisitoriales, como el jalón de patillas, el
borradorazo en la cabeza o los nudillos, los gritos, los calificativos
peyorativos, el permanecer de pie durante toda la clase en el rincón del salón
o diferentes estrategias creativas de tortura física y psicológica[5].
Hoy en día, en ciertas universidades mexicanas, todavía podemos ver (y usar),
en los salones, la famosa tarima en la que el profesor se sube para dar su
cátedra y así denotar su mayor valía y posición ante los alumnos. En otras, aún
se encuentran las sillas de los alumnos atornilladas al piso para que ellos no
puedan verse las caras ni interactuar mucho entre ellos.
Nada de esto es gratuito. Cada
una de estas acciones, pasadas o presentes (y por supuesto, futuras) implica
una concepción del acto educativo formal y una forma de entender el papel del
educador y los educandos y las relaciones entre ellos. Esto se debe a que la
manera de entender y vivir la educación se adapta, como cualquier manifestación
de la vida humana, a su contexto histórico.
En su excelente libro La cuestión escolar, citado en un pie de
página anterior, Jesús Palacios realiza un recorrido histórico sobre las
maneras en que la educación ha sido comprendida desde tiempos de Rousseau hasta
casi la actualidad. Sin embargo, de manera general y de acuerdo a lo revisado
en el Seminario Educación y Sociedad, en el segundo semestre de la Maestría en
Educación Ambiental de la UPN 095, materia impartida por el maestro Rafael
Tonatiuh Ramírez, podemos englobar las concepciones teóricas sobre la educación
en dos grandes posturas: la que entiende/ve/aplica al acto educativo como una
forma ideal y necesaria de reproducir el sistema económico/político/social
imperante (aquí se ubican, por ejemplo, el enfoque estructural-funcionalista,
el enfoque institucionalista y/o la teoría de la reproducción) y la que busca
una educación libertaria, revolucionaria y alternativa a las formas
tradicionalistas y plegadas a las relaciones de poder vigentes (desde la
concepción marxista, la sociología crítica, la Escuela de Frankfurt y hacia
adelante, llegando a la visión de la Pedagogía Crítica, especialmente su rama
latinoamericana representada, sobre todo, por Paulo Freire). Es en esta última
tradición de pensamiento en la que ubicamos, como ya lo establecimos más
arriba, nuestra propia reflexión y la que guiará las siguientes partes de
nuestro texto.
A continuación, intentaremos
plasmar una visión crítica de la educación en general en nuestro país basados
en los principios teóricos de la pedagogía crítica y haremos una analogía con
los medios de comunicación masiva en México para terminar con una reflexión
sobre si la Educación Ambiental puede englobar ambas actividades en una
propuesta alternativa.
Caminito de la escuela… “bancaria”
Para la
pedagogía crítica, la escuela como institución es una empresa resueltamente
política y cultural que representa una preparación y una legitimación de formas
particulares de vida social. Está siempre implicada en las relaciones de poder,
las prácticas sociales y reproduce la desigualdad, el racismo, el sexismo y los
estereotipos presentes en los colectivos sociales, fragmentando las relaciones
democráticas y enfatizando la competencia y el etnocentrismo/egocentrismo[6].
Esto es cierto en el caso del sistema educativo mexicano, diseñado para la
reproducción del sistema político/cultural/económico vigente, de acuerdo con la
clase política que tenga el poder: sólo es cuestión de hacer una revisión de
contenidos de, por ejemplo, los libros de texto gratuitos (editados y
distribuidos por el Estado) durante los gobiernos priístas y los panistas y nos
daremos cuenta de la parcialidad y el sesgo ideológico de sus mensajes. Lo
mismo sucede con los grandes medios de comunicación masiva: plegados al aparato
político imperante, emiten mensajes en concordancia con los intereses de los
grupos que tienen el poder. El caso de las televisoras es, quizá, el más
sintomático. Esto se verá con más claridad durante el proceso electoral del
2012.
¿Qué sucede entonces? Que el
grueso de la población mexicana recibe educación tanto formal (en la escuela)
como informal (en los medios) que está alejada de sus intereses y
preocupaciones y, en cambio, está íntimamente ligada a las relaciones de
dominación que sólo benefician a los más poderosos. Por todo esto, es
importante que, cuando se analice/estudie a la escuela y a los medios de
comunicación como instituciones, se tome en cuenta el contexto histórico social
de ambos. También por esto, la educación y la comunicación masiva deben ser
entendidos como actos, en esencia, políticos.
A esta educación (o mejor dicho,
escolarización) que refleja y reproduce los intereses de sólo unos cuantos,
Paulo Freire le llama “educación bancaria”, toda vez que, en ella, el educador
y el sistema educativo están más preocupados por “depositar” en el educando
ciertos conocimientos que después tendrán “ganancias” de diversos tipos
(económica, política, de posición social, etcétera) no sólo para el egresado de
las instituciones escolares, sino, sobre todo, para el sistema político social
dominante. Por ello, no se puede afirmar que el conocimiento compartido en las
escuelas (y en los medios, por supuesto) sea neutro. Al contrario: siempre es
ideológico[7].
Esta educación bancaria no toma
en cuenta que los seres humanos somos complejos y estamos insertos en redes
sociales de diversa índole en contextos sociohistóricos específicos que nos dan
sentido e identidad. No todos aprendemos igual ni pensamos igual, por más que este
tipo de educación y los medios de comunicación intenten uniformizar a la
población en intereses y pensamientos. Por esto, tampoco puede afirmarse que la
educación bancaria o los mensajes ideológicos de los medios “manipulen” a los
educandos y/o a las audiencias: siempre habrá mecanismos cognitivos de
negociación de significados que determinarán qué se acepta y qué se rechaza en
ambos campos. Con todo, en la sociedad mexicana, la cantidad de información emitida
por la escuela y los medios como instituciones ideológicas siempre ha sido
abrumadora.
Esta realidad de la escuela “bancaria” y de los medios de
comunicación sesgados en México es resultado, principalmente, del modelo
neoliberal, en donde el fin justifica los medios, en el que sólo importa la
posición personal y las ganancias económicas a ultranza y sin límite que los
poderosos buscan, en donde las autoridades educativas (llámese el Secretario de
Educación o la lideresa del Sindicato de Maestros) están más interesadas en
ocupar puestos políticos que en el nivel educativo de la población[8].
¿Qué se puede hacer entonces? “El desafío para los maestros es reconocer e
intentar transformar esos rasgos antidemocráticos y opresivos del control
hegemónico que frecuentemente estructuran la existencia diaria de las aulas de
modos no transparentes”[9].
Nosotros añadiríamos que, de igual manera, el desafío de un comunicólogo
crítico es analizar los contenidos ideológicos de los medios para intentar
transformarlos desde su profesión o, al menos, enseñar a las audiencias a
distinguirlos y rechazarlos.
La otra cara de la moneda
Del lado
opuesto de la educación bancaria, la pedagogía crítica propone una educación
libertaria/revolucionaria/alternativa/emancipadora que enseñe a las personas a
entender y analizar su realidad para intentar transformarla. Por lo tanto, el
acto educativo es comprendido como algo creativo, interactivo, enriquecedor y
dialéctico: “Educar no es consumir ideas, sino crearlas y recrearlas”[10].
De igual manera, puede afirmarse
que el acto comunicativo, en el caso de la comunicación masiva, no sólo sirve
para mantener cierto status quo, sino
que también puede convertirse en una práctica liberadora y esperanzadora.
Entonces, tanto las aulas como los medios de comunicación masiva pueden
transformarse en espacios de educación orientada a la transformación de la
realidad social. En el caso de la comunicación, ya desde los años 70 y 80 del
siglo pasado, en Latinoamérica, se buscó una opción diferente a la de los
grandes medios ligados al poder, una
opción que en su momento se llamó “Comunicación Alternativa”[11] y
a la que podría regresarse, enriqueciéndola con la variable de la educación.
En ese tenor, podemos observar
cómo la pedagogía crítica y la comunicación alternativa tienen puntos en común
que las ligan en su búsqueda de transformación de la realidad: ambas tienen
gran arraigo en Latinoamérica, continente que por muchos siglos ha sido víctima
de invasiones, saqueos, pobreza, injusticias sociales y pésimos gobiernos;
ambas tienen una opción preferencial por las clases sociales más desprotegidas;
ambas analizan a la realidad desde su contexto histórico y desde posturas
críticas; ambas creen en los educandos/audiencias y buscan procesos dialécticos
de educación/comunicación.
Ahora, veamos a cada propuesta
por separado: la pedagogía crítica propone que la escuela se transforme en un
espacio donde los educandos tengan conciencia crítica e ideas para transformar
el mundo; busca que los seres humanos no estén simplemente en el mundo, sino
con el mundo y con los otros seres humanos; entiende a la educación liberadora
como una praxis que implique la acción y reflexión de los hombres (y mujeres,
añadimos nosotros); sabe que la educación tiene que ser problematizadora para
comprender mejor la realidad; busca superar la contradicción educador-educandos;
piensa en el acto educativo como un acto cognoscente, pero sobre todo,
dialógico (es decir, el educador ya no es el único que educa, sino que es
educado a través del diálogo con los educandos); busca la emersión de las
conciencias y la inserción crítica de los individuos en la realidad; cree
firmemente que la educación es un esfuerzo permanente a través del cual los
seres humanos van percibiendo cómo están siendo en el mundo[12].
Por su parte, la propuesta de
comunicación alternativa postula que las audiencias de los medios de
comunicación masiva pueden y deben construir sus propios medios, más cercanos a
sus necesidades e intereses que a las relaciones de poder; estos medios deben
ser distribuidos por canales distintos a los de los medios tradicionales; sus mensajes
no deben ser ideológicos sino de búsqueda de justicia social e igualdad; deben
ser medios de propiedad colectiva en los que las audiencias tengan la
posibilidad de intervenir en la creación de los contenidos; deben emitir
mensajes que ayudan a concientizar a los individuos sobre la realidad social y
les animen a transformarla en búsqueda del beneficio colectivo; sus formatos
deben ser creativos y adecuados a los tipos de público que los consuman[13].
Con base en estas dos
perspectivas, podemos afirmar que, en el caso de los sistemas educativos
latinoamericanos[14],
pero en especial en México, la educación en general se encuentra en crisis, lo
mismo que la comunicación masiva. Pero también que existen alternativas que
pueden proponerse para superar esta situación. Y, sobre todo, que tanto la
educación como la comunicación son actividades íntimamente ligadas. En palabras
de Freire: “[el educador bancario] No puede percibir que la vida humana sólo
tiene sentido en la comunicación, ni que el educador sólo gana autenticidad en
la autenticidad del pensar de los educandos, mediatizados ambos por la realidad
y, por ende, en la intercomunicación”[15],
o mejor aún: “la educación problematizadora, respondiendo a la esencia del ser
que es la conciencia, que es su intencionalidad,
niega los comunicados y da existencia a la comunicación”[16].
En estas dos referencias, Freire
nos aclara la intrínseca e indisoluble relación entre la comunicación y la
educación: no puede haber acto educativo sin acto comunicativo; y la comunicación
masiva, en esencia, debería tener a la educación de sus audiencias como una de
sus premisas fundamentales (de hecho, al menos en México, por ley, los medios
deberían educar, cosa que casi nunca hacen, como no sean contenidos insulsos,
huecos e ideológicos, pero para nosotros, eso no es educación).
Un maestro comprometido con su
realidad, con su comunidad, con su mundo y por supuesto, con sus educandos, es
en esencia un comunicador. Y un comunicador que se compromete de manera crítica
con su contexto histórico, su sociedad y su ambiente, preocupado por las
necesidades de sus audiencias, es un educador, en el mejor sentido de la
palabra.
¿Cómo lograr que esa unión entre
la educación y la comunicación masiva se cristalice, en el caso de nuestras
sociedades modernas, en proyectos de generación de contenidos
educativos/comunicativos para la construcción de un mundo mejor? La respuesta,
para nosotros, está en la Educación Ambiental.
Y entra en escena… la Educación Ambiental
Coincidimos
con Rafael Tonatiuh Ramírez en su definición de Educación Ambiental: “…es un
proceso infinito de recuperación y construcción de saberes, sobre todo
educativos, en estrecha relación con la producción, la sociedad y la
naturaleza. Es un instrumento de tránsito hacia el desarrollo sustentable”[17].
La definición anterior nos
aclara por dónde va el camino de la Educación Ambiental y su relación con,
obviamente, la educación, pero también la comunicación: esa recuperación y
construcción de saberes que menciona el maestro Ramírez no podría existir sin
la acción comunicativa; tales saberes, aclara al autor, son sobre todo
educativos, pero por supuesto que en ellos pueden caber saberes comunicativos:
tipos de lenguajes, por ejemplo (el cinematográfico, por decir algo), para la
construcción de mensajes masivos, códigos y maneras/medios de comunicarlos; las
variables sociedad y naturaleza son, por supuesto, indispensables en la
Educación Ambiental y también tienen que ver con el acto educativo/comunicativo
porque ambas actividades, la educación y la comunicación, como ya lo hemos
mencionado varias veces, son parte del medio ambiente humano, conformado
precisamente por la sociedad y la naturaleza; y, en búsqueda de el desarrollo
sustentable, también la comunicación puede jugar un papel importante… si es
practicada, sobre todo por los medios, de manera seria y responsable.
En otras palabras, la Educación
Ambiental puede conjugar la mejor parte tanto de la educación en general como
de la comunicación masiva tomando como base los postulados y propuestas
teóricas de la pedagogía crítica y la comunicación alternativa: la Educación
Ambiental tiene todo para erigirse en esa herramienta de análisis crítico de la
realidad social, de liberación de relaciones de dominación que afectan
negativamente no sólo a los propios seres humanos, sino también a la
naturaleza; de búsqueda de un futuro mejor[18] y
más justo para todos; de construcción de sociedades sustentables y respetuosas
del medio ambiente.
Ciertamente, el modelo
neoliberal ha arrastrado en su crisis a muchas actividades humanas
fundamentales, entre ellas la educación y la comunicación masiva. Pero no todo
está perdido, por supuesto y abusando del lugar común. Confiamos y creemos que
la Educación Ambiental, esa que busca mejorar las relaciones entre los seres
humanos y su medio ambiente y entre ellos mismos, esa que cree en el ser humano
como la especie que puede remediar la crisis ambiental global que, en parte,
provocó por intereses económicos y de poder de unos cuantos, esa que propone
modelos de desarrollo alternos como la sustentabilidad, puede ser la esperanza
de un planeta cansado y dolido. Y, a pesar de que parezca imposible, los medios
de comunicación masiva pueden representar una herramienta para que la Educación
Ambiental, tanto formal como informal, tanto en la escuela (a todos los
niveles) como en otros espacios (como los propios medios) alcance esos
cometidos. En otras y pocas palabras: Resistencia y Esperanza.
Referencias
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México, F.C.E.
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(2011), “La comunicación, el medio ambiente… ¿y el desarrollo?”, en Revista
Electrónica Pálido Punto de Luz, http://palido.deluz.mx/articulos/382,
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Fullat,
Octavi (1999), La peregrinación del mal o La educación como violencia fértil,
México, Aladas Palabras.
Freire,
P. (1990), “El acto de estudiar”, en La
naturaleza política de la educación, cultura, poder y liberación, y
“Capítulo II”, en La pedagogía del
oprimido, México, Siglo XXI, en UPN (1995), Corrientes Pedagógicas Contemporáneas, Antología, México.
McLaren,
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fundamentos de la educación, México, Siglo XXI, en UPN (1995), Corrientes Pedagógicas Contemporáneas,
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Meixueiro,
A., Ramírez, T. y Ruiz, J. (2009),
Resistencia y Esperanza. Educación
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Morin,
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México, F.C.E.
Palacios,
J. (2007), La cuestión escolar,
México, Ediciones Coyoacán.
Pansza,
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Puigróss,
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sistemas educativos en América Latina, México, Conaculta/Alianza Editorial.
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Simpson
Grinberg, M. (Comp.) (1981), Comunicación
alternativa y cambio social, México, UNAM.
Thompson,
J. B. (2000), Ideología y cultura moderna,
México, UAM Xochimilco.
[1] Lara, D. (2011), “La comunicación, el medio ambiente… ¿y el
desarrollo?”, en Revista Electrónica Pálido
Punto de Luz, http://palido.deluz.mx/articulos/382,
agosto.
[2] Para una documentación más extensa y completa sobre la
problemática histórica y actual de la educación oficial en nuestro país, cfr.
Ornelas, C. (2011), El sistema educativo
mexicano, México, F.C.E.
[3] El acto educativo y la educación en general, pueden incluso ser
considerados como actos violentos. Este aspecto es profusamente analizado por
Octavi Fullat en su libro La
peregrinación del mal o La educación como violencia fértil, México, Aladas
Palabras, 1999. En especial, recomendamos el capítulo 3: “Animal symbolicum”, donde se profundiza sobre los símbolos, al fin
y al cabo signos comunicativos.
[4] Citado en Palacios, J. (2007), La cuestión escolar, México, Ediciones Coyoacán, p. 538.
[5] Al escribir esta parte, recuerdo que durante mi estancia en un
colegio particular católico de nivel secundaria, a dos compañeros “latosos” los
castigaron poniéndolos de rodillas, en medio del patio y con el sol cayendo a
plomo, sosteniendo un portafolio lleno de útiles escolares en la palma de cada
mano.
[6] Cfr. McLaren, P. (1994), “El surgimiento de la pedagogía
crítica”, en La vida en las escuelas. Una
introducción a la pedagogía en los fundamentos de la educación, México,
Siglo XXI, citado en UPN (1995), Corrientes
Pedagógicas Contemporáneas, Antología, México, p. 77. Nótese,
particularmente, la aparición de la palabra “competencia”.
[7] En este ensayo, entenderemos Ideología y lo ideológico desde la
concepción crítica del sociólogo John B.
Thompson quien, basado en la tradición de pensamiento marxista, la
define básicamente como información al servicio del poder: “Estudiar la
ideología es estudiar las maneras en que el significado sirve para establecer y
sostener las relaciones de dominación” (2000: 61). Asimismo, recomendamos
revisar el texto “Sociedad-educación-didáctica” de Margarita Pansza, en donde
también se reflexiona sobre el papel de la escuela como aparato ideológico y
transmisor de contenidos. Pansza, et. Al., 2011: 48.
[8] Aunque la obra está más
enfocada en la gestión escolar, el título del libro de Cristina Carriego no
podría ser más adecuado (al menos en intenciones) ante este panorama: Mejorar la escuela (México, F.C.E.,
2005).
[9] Ibid., p. 89.
[10] Freire, P. (1990), “El acto de estudiar”, en La naturaleza política de la educación, cultura, poder y liberación,
citado en UPN, Op. Cit.
[11] Cfr. Simpson Grinberg, M. (Comp.) (1981), Comunicación alternativa y cambio social, México, UNAM.
[12] Freire, P. (1990), “Capítulo II”, en La pedagogía del oprimido, citado en UPN, Op. Cit., pp. 98 y ss.
[13] Simpson Grinberg, M., Op. Cit., pp. 109-129.
[14] Al respecto, es muy recomendable el libro Imaginación y crisis en los sistemas educativos en América Latina,
de Adriana Puigróss, México, Conaculta/Alianza Editorial, 1990.
[15] Freire, Op. Cit., p. 102.
[16] Ibidem, p. 104. Las cursivas aparecen así en el original.
[17] Ramírez, R. T. (2000), Educación
Ambiental. Aproximaciones y reintegros, México, Sociedad Cooperativa Taller
Abierto, p. 61.
[18] Para Edgar Morin, la educación jugará un papel preponderante en
la sociedad del futuro, y para ello propone siete saberes que la educación
deberá explorar en los años venideros (Morin, 1999).
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