Entradas populares

martes, 13 de enero de 2015

Elementos básicos para comprender el campo de la Educación Ambiental

Por Daniel Lara Sánchez




Introducción
Las sociedades modernas se estructuran en campos e instituciones, de acuerdo con la teoría del sociólogo francés Pierre Bordieu[1]. Estos campos van configurando una serie de trayectorias y posiciones que las personas que se encuentran en ellos ocupan, y por lo tanto también se configuran relaciones sociales, que casi siempre son relaciones de dominación y poder. La concepción de Bordieu puede aplicarse a casi cualquier área de la sociedad, aunque está más enfocada a la vida académica. De esta forma, la Educación Ambiental (EA) puede ser entendida como campo. En el presente ensayo, no pretendemos caracterizar a la EA como campo, toda vez que la maestra Nancy Benítez ya lo ha hecho con precisión en su momento[2]. Más bien, lo que intentaremos hacer es, a partir de diversas posturas, exponer la evolución y configuración del campo de la EA y, sobre todo, reflexionar sobre la dificultad que puede enfrentar (o no) alguien que apenas empieza a comprender tal campo para intentar formar parte de él.

Un poco de historia
La teoría siempre va detrás de la realidad. La teoría es un intento, más o menos ordenado y argumentado, de explicar una realidad. De esta forma, los problemas ambientales en nuestro planeta existen desde mucho tiempo antes de que siquiera alguien pensara en algo llamado Educación Ambiental. El filósofo Jean Jacques Rosseau, por ejemplo, ya desde el siglo XVIII analizaba las relaciones del ser humano con sus pares y, especialmente, con el medio ambiente[3].
            Pero si nos referimos a la Educación Ambiental como tal (aunque se escuche cacofónico), sus orígenes pueden encontrarse un poco más tarde, en la segunda mitad del siglo XX. Allá a finales de los años 60, cuando el flower power hacía su aparición en la sociedad occidental y surgieron los primeros cuestionamientos a la forma de vida imperante en el capitalismo, es cuando nace la EA como parte de estos vientos de cambio y renovación. Se busca una nueva relación ser humano/naturaleza y se replantea el papel de la ciencia en los países industrializados. Esto coincide, además, con el hecho de que, por esos años, los sistemas educativos experimentan procesos de reforma y con cierto auge que la Ecología estaba teniendo como ciencia.
            El año de 1968, como en tantos otros procesos históricos para la humanidad, fue clave: la fundación, en Inglaterra, del Consejo para la Educación Ambiental, representa la acuñación del nombre del naciente campo. A partir de ahí, diversos esfuerzos para la ordenación y estructuración del mismo fueron organizándose a nivel mundial, entre los que destacaron: el Programa sobre el Ser Humano y la Biosfera (París, 1971); la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano (Estocolmo, 1972); la creación del Plan de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) en 1973; el Programa Internacional de Educación Ambiental (PIEA) en 1975 por parte de la UNESCO y el PNUMA; la Conferencia Intergubernamental de Educación Ambiental (1977, Tbilisi, Georgia, que representa un parte aguas en este recorrido histórico); la conformación de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y Desarrollo, conocida como “Informe Brundtland” o “Nuestro futuro común” (1987);  la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Ambiente y Desarrollo, mejor conocida como “Cumbre de Río de Janeiro” (1992); el Congreso Mundial sobre Educación y Comunicación en Ambiente y Desarrollo (Toronto, 1992); el Congreso de Educación Ambiental para el Desarrollo Sustentable (1997, La Habana); la redacción de la “Carta de la Tierra” o Protocolo de Kyoto también en 1997; y la Conferencia sobre el Cambio Climático de la ONU (Dinamarca, 2009).
            Esta evolución histórica de la EA como campo puede clasificarse, de acuerdo con Alberto Otero (1998: 66-67) en cuatro etapas: a) La EA con una tendencia naturalista orientada hacia la conservación; b) La EA ligada a una educación con énfasis en Ecología; c) La EA orientada a la resolución de problemas, y d) La EA para el desarrollo sustentable. Cada una de estas etapas, surgida en diferentes épocas, nos muestra cómo la EA, al igual que los demás campos que conforman a las sociedades, ha tenido un desarrollo que va íntimamente ligado al contexto histórico que permitió/configuró/dio sentido a los cambios en la forma de entender y organizar el campo.
            Lucie Sauvé (1999: 11-13) ha señalado que esta evolución ha detonado, sin embargo, dos problemas inherentes a la conformación de cualquier campo, pero en especial el de la EA: el aspecto conceptual y el problema de la práctica. De esta forma, la EA se ha conceptualizado de diferentes maneras a lo largo del tiempo y, por lo tanto, se ha aplicado también en formas distintas de acuerdo con los contextos histórico-sociales en los que se ha intentado instalar. Esto nos habla de un campo complejo. Pero, ¿qué tiene que ver esto con la concepción de Bordieu sobre los campos? Esto es lo que intentaremos exponer enseguida.

Algunas propiedades de los campos
Si retomamos la construcción teórica de Bordieu (Op. Cit.), encontraremos que la primera propiedad que conforma a un campo es lo que lo define, en otras palabras, lo que está en juego, es decir, los intereses, objetivos y fines que le dan sentido de existencia. En el caso de la EA, lo que está en juego, según Benítez (Op. Cit.) es “la necesidad de construir un futuro, una esperanza para la humanidad a través de la educación”. Como es lógico pensar, esta idea tiene mucho que ver con el problema conceptual del que habla Sauvé. Dependiendo de cómo se entienda a la EA, lo que está en juego en la misma como campo será establecido y aceptado[4].     
            Coincidimos plenamente con Nancy Benítez en su concepción de lo que está en juego dentro del campo de la EA. Con base en ello, nos parece que, dentro del amplio abanico que puede haber en las concepciones, una de las mejores definiciones de la propia EA es la que ofrece al maestro Rafael Tonatiuh Ramírez (2000: 61): “La educación ambiental es un proceso infinito de recuperación y construcción de saberes, sobre todo educativos, en estrecha relación con la producción, la sociedad y la naturaleza. Es un instrumento de tránsito hacia el desarrollo sustentable”.
            De esta manera, todo aquel individuo que pretenda formar parte del campo de la EA, antes de dilucidar qué posición le gustaría ocupar y qué trayectoria deberá seguir para alcanzarla y por medio de qué capitales, deberá tener claro qué es lo que está en juego y estar, aunque sea de manera general, de acuerdo con ello.  En ese sentido, me parece que, de inicio, casi todos quienes nos interesamos por formar parte de este campo, tenemos clara la concepción general de lo que se trata y cuál es el fin que da sentido a la EA. También, que se trata de un campo construido desde y para la educación y que implica acciones concretas[5].
             Una segunda propiedad del campo es la referida a su estructura. Al respecto, Bordieu involucra instituciones y actores sociales y, por supuesto, relaciones de dominación. En su aplicación de esta propiedad al campo de la EA, Nancy Benítez aclara que este campo puede entenderse desde tres niveles: mundial (nosotros diríamos global), regional y nacional y esto implica la existencia de “subcampos”. Quienes pretendemos formar parte del campo de la EA nos ubicamos, normalmente y de inicio, en alguno de estos subcampos, en específico para el caso de los estudiantes de la Maestría en Educación Ambiental de la UPN 095, en el subcampo de la formación de educadores ambientales. Ya dependerán de la trayectoria y el uso de capitales simbólico, económico y cultural, las posiciones que cada uno vaya ocupando y la inserción en diferentes subcampos.
            En cuanto a la tercera propiedad del campo, que es la defensa del mismo, Bordieu y Benítez, desde sus respectivos textos, exponen que al interior de un campo normalmente hay relaciones hegemónicas, por lo que un campo casi siempre se divide en quienes se encuentran en la ortodoxia y quienes están más inclinados a la subversión: la herejía. Una de las formas de ejercer la ortodoxia (o hegemonía), de acuerdo a otro texto de Nancy Benítez (2009) es la investigación, la cual es utilizada como criterio legitimador de las instituciones de educación superior, de tal forma, pareciera ser que, en las mismas, ya no se investiga para generar conocimiento, sino sólo para lograr recursos económicos o para alcanzar “puntos”, estímulos económicos o de otro tipo, dejando de lado la construcción epistemológica.
            ¿Sucede esto en el campo de la EA? Seguramente, y en el caso de nuestro país, aun más. Para un recién llegado al campo, o para aquél que apenas comienza a conocerlo y entenderlo, puede llegar a ser difícil comprender cómo, al interior del propio campo, lo que estaba en juego y le da sentido puede desvirtuarse para dar lugar a una ortodoxia que busca sus propios intereses y se olvida del interés original que tuvo para formar parte del campo. O quizá suceda que haya quienes, desde su propio ingreso al campo de la EA, ya estén pensando no en ese futuro y esperanza por medio de la educación, sino en tener una mejor posición en sus trabajos o mayor reconocimiento o un sueldo más alto, sin contraer ningún compromiso verdadero con el medio ambiente.
            De esta forma, quien se va integrando al campo de la EA irá conociendo instituciones, personas y formas de trabajo diversas y con objetivos distintos y deberá ir tomando decisiones con respecto a su compromiso con la propia EA y con respecto a su posición dentro del mismo campo.
            Esto nos liga directamente con la cuarta propiedad de los campos: el acuerdo entre los antagonistas. Seguramente, muchos de quienes ingresan al campo de la EA lo hacen con la idea de, algún día, “revolucionarlo”. Lo cual, en sí mismo, podría calificarse como un pensamiento positivo y de aportación. Pero, una vez dentro, “los recién llegados tienen que pagar un derecho de admisión que consiste en reconocer el valor del juego y en conocer ciertos principios de funcionamiento del juego” (Bordieu: 137). Es decir, aun las revoluciones, al interior de un campo deben estar basadas en objetivos y no contradecir lo que está en juego en el campo… hasta que el contexto sociohistórico lleve al campo a una nueva evolución (en términos de Thomas Khun, un campo de paradigma).
            En relación con la quinta, sexta y séptima propiedades de los campos (la autoconservación del campo, el impacto del campo en la vida y la obra de sus agentes y la obra en la historia del campo), las tres tienen que ver con la producción que, de diversas maneras, quienes forman parte del campo, crean y reproducen no sólo en las instituciones pertenecientes al campo, sino aun más allá. Es debido a estas tres propiedades que los diferentes campos tienen relación entre sí y configuran proyectos de nación y modelos de desarrollo.
            El campo de la EA se ubica, en principio, dentro de la esfera educativa en las sociedades modernas[6]. Pero, dada la naturaleza y características de lo que está en juego en su interior, se va relacionando con otras esferas, campos y subcampos.
            De esta manera, la EA ha salido, poco a poco, de las aulas escolares y ha encontrado acomodo en la educación informal y también en otras “canchas de juego”. Sobre esto profundizaremos en el siguiente y último acápite.

Educación Ambiental… al infinito y más allá
Como ya hemos visto en los subtemas anteriores, el campo de la EA ha experimentado cambios, evoluciones y reificaciones. Se ha enriquecido con la inserción en él de personas dedicadas a diversas actividades, profesiones y oficios. Los campos son entes vivos, y en especial el campo de la EA es uno con una efervescencia muy particular, la que origina debates, proyectos, acciones, planes, reflexiones.
            En los últimos años, a pesar de las ortodoxias, el campo de la EA parece abrirse, poco a poco, a expresiones y acciones que no necesariamente se encierran en las aulas. La EA ha ido trascendiendo los espacios educativos formales para encontrar acomodo y aplicación en otros espacios: la comunidad, la familia, los amigos, los sitios públicos, las iglesias, los medios de comunicación. Esto enriquece, diversifica y hace aun más complejo al campo, lo que demuestra su vitalidad y actualidad.
            Así, diversos autores (autoridades en el campo de la EA con el suficiente capital simbólico y cultural para hablar de ello) documentan experiencias de Educación Ambiental más allá del currículo formal: Alberto Otero (Op. Cit.: 78 y ss.) clasifica a la EA no formal (así la nombra) como participativa y no participativa y ejemplifica su aplicación con actividades como las funciones de títeres, campañas educativas, actividades culturales y artísticas; Alicia de Alba (1997: 53-55) señala  que, a través de la EA, la escuela puede interrelacionarse con la comunidad y la familia de manera multidireccional, donde “se asuman de manera rotativa las funciones de educador y educando” y pone como ejemplos acciones como separación de la basura en municipios, campañas de persuasión para no fumar y cuidado de arrecifes coralinos; Moacir Gadotti (2002: 42 y ss.), basado en las ideas de Paulo Freire, enfatiza en la necesidad de una educación ciudadana, relacionada estrechamente con la ecopedagogía, en la que “el futuro es posibilidad” y en la que se construyan nuevas concepciones de profesor, alumno, escuela, sistema educativo y currículo; Daniella Tilbury (2001), expone cómo las sociedades comunitarias y de profesionales pueden influir para reificar y cambiar la práctica de la EA en las escuelas y cómo ello puede ser una tendencia para la EA del nuevo siglo; y Rafael Tonatiuh Ramírez (2000: 51-60) documenta, como él mismo lo señala, “pequeñas crónicas” que muestran cómo, en nuestro propio país, puede hacerse Educación Ambiental en escenarios diversos, con creatividad y esfuerzo, aun con pocos recursos.
            Estos esfuerzos, estas ideas, estas nuevas formas de entender y aplicar la EA, parecen fortalecer la idea de que, en el futuro próximo, el campo deberá abrirse a experiencias y espacios diferentes, recuperar saberes ancestrales y populares y combinarlos con el pensamiento científico, involucrar en el proceso educativo a individuos y grupos que normalmente no desarrollan sus actividades en las escuelas sino en la calle, el campo, la fábrica, los medios de comunicación, la iglesia, las ONG’s… en síntesis y recuperando a Freire y Gadotti: la vida cotidiana.
            Es en esta nueva reconcepción del campo de la EA (la Educación Ambiental desde y para la vida cotidiana) donde, quizá, quienes apenas nos estamos integrando al campo, podemos encontrar el camino para construir nuestras trayectorias, ocupar nuestros espacios, hacer uso creativo y eficaz de nuestros diversos capitales, todo con la vista puesta en cumplir con lo que, a fin de cuentas, seguirá siendo durante un buen tiempo lo que le da sentido a este campo: la construcción de un mejor futuro, de una esperanza para la humanidad construidos a partir y por medio de la educación.

Referencias
Benítez, N. (2007), “Educación Ambiental: Una aproximación desde las propiedades de los campos según Pierre Bordieu”, en Revista Caminos Abiertos, UPN 095, número 167, enero-marzo.

------------ (2009), “Un callejón sin salida para la educación ambiental: educación superior e investigación”, en Revista Caminos Abiertos, UPN 095, número 177, julio-septiembre.
Bordieu, P. (1990), “Algunas propiedades de los campos”, en Sociología y Cultura, México, Conaculta-Grijalbo, colección Los Noventa.
De Alba, A. (1997), “Curriculum de primaria, contenidos ambientales y educación informal”, en Revista Cero en conducta número 44, México, pp. 49-59.
Gadotti, M. (2002), “Educación del futuro” y “Educación sustentable”, en Pedagogía de la Tierra, México, Siglo XXI, pp. 27-46 y 66-92.
González Gaudiano, É. (2011), “La Educación Ambiental como efeméride”, publicado en La Jornada Veracruz, 29 de agosto, p. 6.
Otero, A. (1998), “Educación ambiental”, en Medio ambiente y educación, pp. 61-83.
Ramírez Beltrán, R. T. (2000), “Pequeñas crónicas del inicio de los grandes días o la educación ambiental ya despegó”, en Educación ambiental. Aproximaciones y reintegros, México, Taller Abierto, pp. 61-83.
Sauvé, L. (1999), “La educación ambiental entre la modernidad y la posmodernidad: en busca de un marco de referencia educativo integrador”, en Revista Tópicos en Educación Ambiental, versión electrónica, disponible en http://www.ambiente.gov.ar/infotecaea/descargas/sauve02.pdf, consultada el 9 de septiembre de 2011.
Tilbury, D. (2001), “Reconceptualizando la educación ambiental para un nuevo siglo”, en Revista Tópicos en Educación Ambiental, versión electrónica, disponible en http://www.ambiente.gov.ar/infotecaea/descargas/tilbury.pdf, consultada el 9 de septiembre de 2011.


[1] Cfr. Bordieu, P. (1990), “Algunas propiedades de los campos”, en Sociología y Cultura, México, Conaculta-Grijalbo, colección Los Noventa.
[2] Benítez, N. (2007), “Educación Ambiental: Una aproximación desde las propiedades de los campos según Pierre Bordieu”, en Revista Caminos Abiertos, UPN 095, número 167, enero-marzo.
[3] Cfr. Gadotti, 2002: 72 y ss.
[4] Sobre el asunto de las concepciones de EA y su relación con lo que está en juego en el campo, la propia Nancy Benítez realiza un interesante análisis en el texto citado.
[5] Al respecto, Édgar González Gaudiano señala que la meta de la EA es “desarrollar una población consciente de, e interesada en el medio ambiente y sus problemas asociados, que posea el conocimiento, las habilidades, las actitudes, las motivaciones y el compromiso para trabajar individual y colectivamente hacia las soluciones de los problemas actuales y para prevenir los futuros”. (“La Educación Ambiental como efeméride”, publicado en La Jornada Veracruz, 29 de agosto de 2011, p. 6).
[6] Para una discusión del lugar de la EA en la modernidad y la posmodernidad, cfr. Sauvé, Op. Cit., pp. 8-10.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario