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viernes, 4 de julio de 2014

La Comunicación y el Medio Ambiente Humano

Por Daniel Lara Sánchez




La Biblia es muy directa: en la historia de la Torre de Babel (Génesis  11:1-8), se expone claramente la importancia de la comunicación en la convivencia humana. El texto bíblico nos dice que, simple y sencillamente, cuando el ser humano no puede comunicarse, es imposible lograr objetivos comunes (y comunales).   
            La palabra comunicación viene del latín communicare que, si traducimos literalmente, quiere decir “poner en común”. Es decir: cuando comunicamos, los seres humanos ponemos en común con nuestros pares, algo: ideas, pensamientos, sentimientos, información, etcétera. Para ello, hacemos uso de algún lenguaje: hablado, escrito, gestual, icónico, musical, matemático o cualquier otro existente.
            Entonces, según la historia bíblica citada al principio de este texto, cuando Dios confunde la lengua de los constructores de la Torre de Babel y le da a cada uno un lenguaje diferente, evita que pongan algo en común, es decir, que se comuniquen y, por lo tanto, que cumplan con su cometido (hacer la torre y llegar al Cielo). Por suerte para el Creador, los babelianos no tuvieron la idea de usar otro lenguaje para entenderse entre ellos (el gestual, por ejemplo).
            Es importante resaltar que el proceso de comunicación es netamente humano. Aunque se sabe que otras especies animales alcanzan cierto grado de comunicación (los delfines, por ejemplo), no se sabe hasta qué punto hay una verdadera acción de poner en común algo, lo que sea. Es el ser humano la única especie en nuestro planeta que ha desarrollado procesos comunicativos en los que se comparte información que significa algo para el otro.
            Diversos autores e investigadores han estudiado y descrito las diversas formas de comunicación que el ser humano ha desarrollado a lo largo de la historia, las cuales, a su vez, configuran el cerebro del hombre  de maneras tales que originan ciertas interpretaciones del mundo. [1]
            Si la comunicación es una acción cotidiana y fundamental en la vida cotidiana del ser humano, vale la pena preguntarse: ¿forma parte del medio ambiente en general y del ambiente humano en particular? La respuesta obvia es sí. Lo que intentaremos hacer a continuación es comprobar por qué y explicar las maneras en que esto sucede y qué importancia tiene en el campo de la educación ambiental.
            Para lograr esto debemos, en primer lugar, definir qué entendemos por ambiente humano, para lo cual, recurriremos a Gilberto Gallopín, quien nos aclara que “…en sus términos más básicos, el ambiente de un sistema humano (denotando por sistema humano a un conjunto de elementos humanos interrelacionados) está constituido por otro u otros sistemas que influyen en el sistema humano y que a su vez son influidos por él. (…) El ambiente de un sistema humano puede ser entonces visto como un conjunto de factores o variables que no pertenecen al sistema, pero están directamente acoplados a elementos o subsistemas del sistema en consideración”. [2]
            Con base en esta definición operativa, Gallopín nos explica que, ya sea que nos refiramos a una persona, una sociedad o la humanidad entera, el ambiente humano está compuesto por el ambiente físico, que incluye componentes relacionados con ciertos condicionantes externos que “afectan la probabilidad de satisfacción de las necesidades humanas materiales”[3], es decir, aspectos como el clima y los entes naturales que nos rodean.
            Por otra parte, el ambiente humano también está conformado por el ambiente social, que incluye “factores tales como el tipo y la calidad de las relaciones interpersonales (o intergrupales), el acceso al trabajo productivo, el acceso a la educación y a la cultura, los condicionantes externos de la participación y libertad de expresión, las influencias psicosociales…”[4] que, a su vez, se relacionan con el ambiente físico para la satisfacción de necesidades materiales (y nosotros añadiríamos, sentimentales y de autorealización).
            El texto de Gallopín, entonces empieza a aclararnos cómo es que la comunicación forma parte del medio ambiente humano por varias razones:
            Primero, en la definición de Gallopín se encuentra una clara influencia de la teoría de sistemas[5], porque, de hecho, la mejor manera de entender un ambiente, cualquiera que éste sea, es precisamente como un sistema. Y si tomamos en cuenta que un sistema es un conjunto de elementos relacionados entre sí que cumplen con una función y llevan a cabo ciertos procesos, podemos ver claramente que la comunicación subyace, de una u otra forma, en los sistemas mismos (hablando siempre, insistimos, de asuntos humanos).
            En cualquier sistema donde estemos involucrados seres humanos como elementos de ese sistema, existe el proceso de poner en común: una comunidad, de cualquier tipo, es un sistema que a su vez se relaciona con otro sistema (en este caso, ecosistema, de acuerdo a Nebel y Right[6]).
            Segundo, Gallopín habla de elementos humanos interrelacionados. Cualquier empresa humana (y volvemos a la historia bíblica) necesita, como base y sustento, a la comunicación. Cualquier interrelación humana, de la naturaleza que sea, está basada en la simple y cotidiana acción de poner en común.
            Tercero, al explicar el ambiente social, Gallopín utiliza términos ligados necesariamente al proceso de comunicación humana:
“El tipo y la calidad de las relaciones interpersonales (o intergrupales)”. En el estudio del fenómeno comunicativo, se considera que existen cuatro diferentes niveles de comunicación: el intrapersonal, cuando el individuo se comunica consigo mismo; el interpersonal, cuando los canales de comunicación son pocos y se da un proceso de intercambio de información cara a cara o presencial; el colectivo, cuando los canales se multiplican y se pone en común algo con un grupo de receptores más grande, pero donde aún se pueden contabilizar; y el masivo, cuando no puede medirse de manera fidedigna (con todo y la medición de ratings) a cuántos receptores llega un mensaje que se pone en común a través de algún medio, llamado precisamente, masivo.
Cualquiera de estos niveles de comunicación se ubica, sin problemas, en la categoría señalada por Gallopín. Una de las áreas de investigación en comunicación más importante es, precisamente, el tipo y calidad de procesos de emisión-recepción de mensajes, es decir, de relaciones interpersonales e intergrupales.
“El acceso a la educación y a la cultura”. Más allá de los asuntos demográficos y, sobre todo, políticos, que son los que deben garantizar a una población o comunidad el acceso a la educación y a la cultura, no podemos negar que los medios de comunicación han desempeñado, especialmente en los últimos años, un papel preponderante en la difusión de educación y cultura.
Más allá de los terribles contenidos que los medios de comunicación en ocasiones transmiten (y de los cuales volveremos a hablar más adelante), los mismos medios, bien usados, pueden ser un excelente vehículo de educar y dar cultura a una población, entendiendo cultura en el sentido clásico del término.[7]
“Los condicionantes externos de la participación y libertad de expresión”. Es innegable que estos conceptos están íntimamente relacionados con los procesos comunicativos. La participación de las personas en la vida social (y por lo tanto, su nivel de involucramiento en su ambiente humano) se expresa, precisamente, en el hecho de poner en común.
Gente que tenga y ejerza procesos de comunicación abiertos, incluyentes y libres, seguramente tendrá una convivencia más armónica con sus semejantes. Pienso en pequeñas comunidades, como colonias o desarrollos habitacionales; o estudiantes de una misma carrera o de varias en una universidad; o en los miembros de un mismo gremio; o tantos otros grupos que pueden organizarse en la búsqueda de metas comunitarias gracias a la comunicación. Y sí, otra vez, el ejemplo está más que claro en la famosa Babel.
La libertad de expresión, que menciona también Gallopín, va de la mano con lo anterior y, paradójicamente, en una sociedad globalizada como la que vivimos[8], donde parece haber más medios y canales de comunicación, especialmente masiva, pareciera haber menos libertad de comunicarse. Basta hojear las cifras (oficiales, incluso) de las muertes violentas en nuestro país: cada vez son más. Y a pesar de los nuevos medios virtuales como los blogs y las redes sociales que han abierto canales de expresión a quienes antes no los tenían, a pesar de esta aparente libertad que hay en tales medios, la realidad es que no se ve que dicha libertad esté sirviendo para formar un mundo mejor, o para que la población esté más y mejor informada o comprometida.
“Las influencias psicosociales”. Entendemos esta variable como el conjunto de factores psicológicos que yacen en el inconsciente (y consciente) colectivo de las sociedades y que van configurando ciertos tipos de comunidades. Los valores y las formas de ver el mundo que tenemos los seres humanos de acuerdo a nuestro contexto nos llevan a entender la realidad de cierta manera y a actuar en consecuencia. Aquí, una vez más, el hecho de poner en común tiene una gran importancia, puesto que es a partir de procesos comunicativos que tales valores y formas de ver el mundo se comparten y crean influencia en nuestras acciones y formas de relacionarnos con los demás.
Resumiendo, los conceptos que propone Gilberto Gallopín son útiles para comprender que el acto comunicativo es parte indispensable de un medio ambiente humano. Pero, ¿por qué es importante reflexionar sobre este aspecto, al parecer tan lógico y natural?
Porque, hoy más que nunca en la historia humana, la comunicación ha cobrado importancia en la configuración de nuestras formas de relacionarnos con los demás y de evolucionar como especie, lo que afecta, para bien o para mal, a nuestra vida y a nuestro ambiente.
En esta “aldea global” (como ya le llamaba Marshall McLuhan desde hace casi 40 años) en la que, como decíamos, los medios virtuales de comunicación son parte de nuestra vida diaria, donde los medios tradicionales (léase radio, televisión y prensa escrita) tienen más poder económico y político que nunca en muchas sociedades occidentales, donde somos bombardeados a todas horas y todos los días por mensajes mass-mediados, donde a pesar de tantos canales y formas de comunicación pareciera haber menos entendimiento entre los seres humanos (sólo hay que revisar las cifras de violencia y conflictos de todo tipo que se presentan en todo el mundo a diario), se ha vuelto indispensable entender al proceso comunicativo como parte fundamental de la construcción de un mejor ambiente humano, o analizarlo como una de las causas del deterioro (en todos aspectos) del mismo.
Quizá por ello, Nancy Benítez, en su texto “Nuevos contenidos para la educación ambiental”[9] menciona, precisamente, como uno de los temas que deben explorarse, estudiarse y desmenuzarse en la educación ambiental es el de las formas de comunicación. En este artículo, Benítez propone el acercamiento a los fenómenos comunicativos desde un aspecto cultural, lo cual es necesario en el contexto que vivimos. [10]
            Lo que proponemos con base en lo que los autores citados en este ensayo ofrecen, construyen y teorizan en relación con el ambiente humano, es desarrollar una línea teórica y metodológica que explore las relaciones entre la comunicación y el ambiente, entendiendo a la primera como parte del segundo.
            Una línea de investigación que analice, interprete y explique cómo las diversas formas de comunicación inciden en el ambiente. Una línea que responda a preguntas como: ¿de qué maneras los contenidos de los medios (buenos o malos, esto habrá que determinarlo con análisis) impactan en la construcción de un ambiente humano?; ¿qué relación hay entre la comunicación masiva y el ambiente?; ¿cómo diseñar contenidos ambientales para los medios de comunicación, con base en las necesidades de las audiencias?; ¿cómo hacer educación ambiental en los medios de comunicación?; ¿cómo concientizar a las personas ambientalmente a través de los medios o de la comunicación cotidiana?; ¿por qué en México no existe, prácticamente, el periodismo ambiental?; ¿cómo desarrollarlo?; ¿cómo entender y explicar la relación entre la comunicación y la educación ambiental?
            Todas estas preguntas están por responderse, y su solución dependerá de comunicólogos, educadores ambientales y sociedad en general.
            Por lo pronto, tanto en el campo de la comunicación como en el de la educación ambiental, sería bueno que no permitamos la confusión (Babel, en hebrero, quiere decir eso) y comencemos a pensar en comunión, en de verdad, poner en común, en el sentido amplio del término.


Referencias
La Biblia, Versión Reina-Valera 1960.
Benítez, N. (2009), “Nuevos contenidos para la educación ambiental”, en Educación ambiental y formación docente. Resistencia y esperanza, México, UPN 095, pp.39-58.
Gallopin, G. (1986), “Ecología y ambiente”, en Educación ambiental. Constitución de un objeto de estudio, Antología, México, UPN 095, 1994.
Giddens, A. (1990), La Teoría Social Hoy, México, CONACULTA, Col. Los Noventa.
-------------- (2000), Un mundo desbocado, Madrid, Taurus.
Moena, S. (1997), Pensamiento complejo en torno a Edgar Morin, América Latina y los procesos educativos, Santa Fe de Bogotá, Magisterio, pp. 13-22.

Nebel y Right, “Ecosistemas: unidades con sustentabilidad”, en Ciencias ambientales. Ecología y desarrollo sostenible.
Thompson, John B. (2000), Ideología y cultura moderna. Teoría Crítica social en la era de la comunicación de masas, México, UAM Xochimilco.


[1] Cfr., por ejemplo, los trabajos de Marshall McLuhan, Contraexplosión y Los Medios como extensiones del hombre; de Walter Ong (1997), Oralidad y escritura, México, FCE y de Regginald Clifford, “La mediación crítica”, en Argueta, J. (1994), Oralidad y Cultura, México, Colectivo Memoria y Vida Cotidiana.
[2] Gallopin, G. (1986), “Ecología y ambiente”, en Educación ambiental. Constitución de un objeto de estudio, Antología, México, UPN 095, 1994, p. 118.
[3] Íbid.
[4] Íbid, p. 119.
[5] Aquí, Gallopín coincide con Edgar Morin, quien para su propuesta de pensamiento complejo recurre, como una de sus bases, a la teoría de sistemas. Cfr. Morin en Moena, S. (1997), Pensamiento complejo en torno a Edgar Morin, América Latina y los procesos educativos, Santa Fe de Bogotá, Magisterio, pp. 13-22.
[6] “Ecosistemas: unidades con sustentabilidad”, en Ciencias ambientales. Ecología y desarrollo sostenible.
[7] Al respecto, cfr. Thompson, John B, “El concepto de cultura”, en Ideología y cultura moderna. Teoría Crítica social en la era de la comunicación de masas, México, UAM Xochimilco, 2000, pp. 183-240.

[8] Cfr. Giddens, A. (2000), Un mundo desbocado, Madrid, Taurus.
[9] En Educación ambiental y formación docente. Resistencia y esperanza, México, UPN 095, 2009, pp. 39-58.
[10] Esta perspectiva no es nueva, por supuesto. Teóricos de corrientes como la Escuela de Palo Alto o el Interaccionismo simbólico ya proponían enlazar la comunicación con la cultura, lo cual dio origen a los llamados estudios culturales. Cfr. Giddens, A. (1990), La Teoría Social Hoy, México, CONACULTA. Sin embargo, tales investigadores estudiaban la relación entre ambos conceptos desde la antropología, la psicología y la sociología. En Latinoamérica, nombres como Jorge González, Jesús Martín-Barbero, Néstor García Canclini, Guillermo Orozco y Jesús Galindo han retomado la bandera. Con todo, hace falta un acercamiento a la relación entre comunicación y cultura desde la óptica de la educación ambiental.

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